Algo que estaba dormido, muy hondo, en mi interior, se había despertado y reavivado, de la misma manera que Aurora durmio hasta que el príncipe llegó a depositar en sus labios inmóviles un largo beso de amor. Así era como terminaban todos los cuentos de hadas, con ese beso, y con felicidad para siempre jamás. Tenía que haber también para mí algún príncipe que me trajese un fin feliz.
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